Retrato de un habitante del mar
Retrato de un habitante del mar

Nunca se está más cerca de la imperfección que cuando se emprende una tarea anhelada. Ponderados por esa voluntad ilimitada de realización, los resultados que se alcanzan suelen ser, para quien los busca, magros, insuficientes, indicio implacable de lo mucho que suele faltar para llegar a donde se quiere.

Pero a la vez, este sentimiento de imperfección, esta insatisfacción, es un rasgo distintivo de los realizadores. Ellos son, puede decirse, los que más hondamente padecen la insuficiencia de sus logros. Y así es, precisamente, porque nadie como ellos busca lo inalcanzable.

Estos dos rasgos distintivos del emprendedor caracterizan, por supuesto, a Alfredo Lichter; este querido amigo que parece sujeto al auspicioso designio de llevar en su apellido la impronta de la palabra luz.

Alfredo Lichter es un desvelado. Es, en sentido eminente, un insomne. Un sediento que renueva su avidez con el agua que la colma. Quienes lo conozcan -y yo ciertamente lo conozco- saben que es un apasionado cultor de las tachaduras, de ese gesto a que da lugar la conciencia de las imperfecciones en que, al obrar, fatalmente se incurre. Alfredo Lichter, por lo tanto, es un devoto de las reescrituras; de las refundaciones constantes, de aquello que, una vez creado, quiere volver a nacer.

Se lo puede caracterizar también como un buceador de lo ilimitado. Las formas que configura y de las cuales esta Casa del Mar es ejemplo eminente, son siempre y al unísono, logros y demandas de un más allá que lo solicita y que sin embargo nunca se deja atrapar.

¿Qué, sino el mar, podía convocar a este hombre de manera superlativa? El mar lo dice todo de sus afanes. Es discernible e indiscernible. Diurno y nocturno, en cada uno de sus signos. Perpetuo y efímero en sus formas. ¿Quién puede dudar, conociéndolo, de que al contemplar el mar -siempre por primera vez, como recuerda Borges- Alfredo Lichter accede al más fiel de sus espejos?

¿Qué, sino la poesía, su íntima vocación, puede brindarle la palabra plena e insuficiente con la que trata en cada uno de sus libros?

He querido referirme a Alfredo Lichter en esta tarde de celebraciones. Él ha sabido dar sustento perdurable a esta alegría. El Ecocentro que nos reúne es la casa que, desde hace diez años, él nos abre como anfitrión. Es la casa que, recorrida y ponderada por nosotros en cada uno de sus detalles, nos estimula a expresar nuestra gratitud a este hombre inspirado por haber hecho de ella ese territorio de incontables sugerencias que nos devuelve la emoción de aprender, de sorprendernos una vez más y, por sobre todo de compartir, que es la forma excelsa de hacernos presentes ante los demás y ante nosotros mismos.

Como un eco que se multiplica sin mengua, la voz del mar nos llega desde cada una de las proposiciones de esta casa. No nos pide esa voz sino que la escuchemos. Que nos brindemos al abrazo que nos busca con sus resonancias. Entender lo que aquí dice el mar es dejarnos ganar por la intensidad con que se manifiesta. Bien lo supo, podemos estar seguros, Alfredo Lichter el día, el alba o la noche en que, por primera vez, soñó con este sitio como se sueña con un horizonte.

Santiago Kovadloff

Puerto Madryn, 21 de agosto, 2010

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